PILAR Rahola

PILAR Rahola

Me pregunto de dónde debe surgir esa plaga que ataca, sin piedad, a todos los políticos que ocupan el Ministerio de Educación, y cuyo síntoma más doloroso es la necesidad de perpetrar cambios drásticos en los sistemas educativos. Cualquier padre o madre que se precien han sufrido alguna de esas ideas ministeriales que quieren transformar, para siempre, la forma de estudiar de nuestros hijos. El resultado, con tanto vaivén, es una política educativa errática, incapaz de saber si quiere mantenerse en esta especie de amigueo y foc de camp escolar, donde la autoridad del maestro es algo parecido a una declaración de guerra, o si quieren retornar a conceptos algo más rigurosos del verbo educar.
Como sea, España está a la cola en nivel de formación, y no parece que el fracaso escolar sea, hoy por hoy, resoluble. Cambios de planes, nuevas horas, cantos de sirenas sobre excelencias idiomáticas y, al final, una pobreza en matemáticas y lenguaje --base del conocimiento-- que no augura generaciones de grandes lumbreras. Nuestras escuelas se han convertido en oenegés que nos miman y cuidan a los chicos, pero que son harto incapaces de conseguir una formación sólida e, internacionalmente hablando, competitiva. La crisis del sistema es tan obvia, que las ideas del ministerio solo consiguen agudizarla.
Ahora dejarán pasar de curso con cuatro asignaturas. Dicen que es para evitar el abandono escolar temprano, del que también somos tristes líderes. Fantástico. Así castigarán un poco más a los estudiantes que se toman en serio sus estudios, sobrecargarán las aulas y lanzarán un magnífico mensaje a los alumnos: no hace falta esforzarse, para conseguir un título. Es evidente que, desde una perspectiva social, es necesario atajar la fuga de jóvenes de nuestras escuelas. Pero también lo es que ello no puede resolverse bajando, todavía más, el nivel de las aulas. Sobre todo porque, faltos de una política educativa presupuestariamente comprometida, quien cargará con el problema serán los maestros.
El resultado final: ser un buen estudiante, más que un mérito, acabará siendo un defecto.

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