EL PAís, sábado 2 de abril de 2005 OPINIÓNI r
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EL PAís, sábado 2 de abril de 2005 OPINIÓNI r
EL PAís, sábado 2 de abril de 2005 OPINIÓNI r
Como el cáncer o el terrorismo,
que tanto tememos pero
que la costumbre nos obliga a
anticipar, la violencia escolar
también forma parte del catálogo
vigente de horrores predecibles.
En abril de 1999, dos
adolescentes de la escuela de
Columbine, Colorado, armados
hasta los dientes, mataron
a 12 alumnos y un profesor
antes de suicidarse. Justo tres
años más tarde un estudiante
del instituto Gutenberg, Erfurt,
asesinaba a tiros a 13 profesores,
dos condiscípulos,
una secretaria, un policía y, a
continuación, se quitaba la vida.
Y hace unos días, en Red
Lake, Minnesota, Jeff Weise,
de 16 años, ejecutó a sus abuelos
en casa y después se fue al
colegio, donde acribilló a balazos
a cinco compañeros, una
profesora y un guarda. Acto
seguido se disparó mortalmente
en la cara.
Estas espeluznantes matanzas
nos espantan, nos duelen,
y echan por tierra las expectativas
más básicas sobre el comportamiento
humano. Aun así,
su impacto en la sociedad es
elimero. Con independencia
de los cadáveres que acaben
esparcidos por las aulas, la indignación
colectiva se disipa a
los pocos meses. La razón es
que, ante estas tragedias, la
mayoria de las personas se resigna
y pasa página escudándose
en la idea de que siempre
ha habido y habrá seres inexplicables
arrebatados de insaciable
sed de sangre.
Si bien la violencia juvenil
en los colegios se nutre de una
mezcla variable de ingredientes
personales, familiares y sociales,
casi todos los perpetradores
tienen en común haber
sido sometidos a acosamiento.
Un estudiante sufre acoso escolar
cuando está expuesto a
ataques sádicos continuos, de
los que no puede defenderse
fácilmente, por parte de uno o
más compañeros de clase. Los
asaltos pueden ser lisicos (empujones,
golpes). verbales (insultos,
burlas), no verbales
(gesticulaciones hostiles y vejatorias)
o grupales (marginación,
bromas crueles o difusión
de rumores humillantes).
BuIlY;Ilges el término anglosajón
-hoy en día muy divulgado-
que en los años setenta el
sueco Dan Olweus, profesor
Viene de la página anterior
te de administrar justicia, es importante
maximizar sus posíbilidades
de rehabilitación. Después .
de todo, el bullY;Ilg nos planlea
un doble reto: salvar la vida de
los oprimidos y rescatar la humanidad
de los oprcsorcs.
En mi opinión, Iodos los cenlros
de enseñanza requicren programas
dc formación y sensibili-
Los estragos
delacosoescolar
de Psicología de la Universidad
de Bergen, Noruega, aplicó
a este tipo de agresiones.
Según el Servicio Secreto
de Estados Unidos, el 71% de
los asesinatos cometidos en
los institutos de bachillerato
entre 1974 y 2000 fueron protagonizados
por jóvenes que habían
sufrido bullY;Ilg en los
seis meses previos. A titulo personal
puedo añadir que en otoño
de 1992, en respuesta a una
alarmante ola de homicidios y
suicidios en las escuelas públicas
de Nueva York, el alcalde
David Dinkins encargó al Departamento
de Servicios Municipales
de Salud Mental, que
por aquel entonces yo dirigía,
un estudio sobre las causas,de
esta preocupante tendencia.
Este proyecto concluyó, entre
otras cosas, que el maltrato
LUIS ROJAS MARCOS
continuado de escolares por
sus colegas constituía un factor
determinante de muertes
violentas entre los adolescentes
neoyorquinos.
El hostigamiento prolongado
de alumnos por compañeros
es una realidad, aunque casi
siempre esté encubierta por
una espesa nube de tabú y de
silencio. En Estados Unidos,
por ejemplo, alrededor del
30% de los estudiantes de entre
7 y 17 años alirma haber
observado bullY;Ilg durante el
año escolar, y el 23% confiesa
haber participado personalmente.
Sin embargo, sólo un
13% de profesores dice haberlo
presenciado. En mi experiencia,
aunque las ofensas
más visibles suelen ocurrir a
espaldas del profesorado, bastantes
maestros son reacios a
MÁXIMO
admitir que hay acoso en sus
clases. A unos les cuesta reconocer
que ciertos niños pueden
ser asombrosamente crue.
les. Otros temen ser tachados
de inexpertos.
Las víctimas. habituales de
ensañamiento son muchachos
y muchachas pacificos, tímidos,
introvertidos y, sobre todo,
vulnerables. A menudo
muestran aspectos lisicos, acti.
tudes o hábitos diferentes a
los de la mayorla de la clase.
Los maltratado res suelen ser
personajes inseguros y provocadores,
que no han madurado
la capacidad de sentir compasión
ante el sufrimiento ajeno.
Mientras que los varones
tienden a utilizar la agresión
lisica y verbal, las chicas recurren
a la marginación, los bulos
y la manipulación de las
Los estragos
del acoso escolar
zación para esludiantes, profesores
y padres con el objctivo de
establecer una cultura de "Iolemocia
cero al acoso y a su encubrimiento".
La inaeción y el disimulo
protegen siempre a los verdugos,
nunca a las víctimns. Ningún
joven deberín lemer ir al colegio
por miedo a ser golpeado o
denigrddo, y ningún padre o madre
deberia necesitar preocupnrse
de que su hijo pueda estar suf ricndo
vcjnciones cn el colegio. Conscientes
de esle derecho. cndn día
son más los paiscs quc establecen
Icyes o regulaciones conlm el bu-
IIY;Ilg.Éste es el caso, enlre olros,
de Suecia. Noruega, Inglalerra,
Irlanda. Dinamarca y Japón.
El acoso escolar nos deshumaniza
a Iodos y su erradicación
nos incumbe a todos. En palabms
del escritor libanés Jam Gibrán.
"n menudo escucho que ós
rererís ni hombre quc comelc un
delito como si no ruem uno de
vosotn.'s.como un extraño y un
relaciones. Ellos y ellas ansian
la sensación excitante de poder
que experimentan cuando
subyugan lisica y emocionalmente
a sus víctimas.
Numerosas investigaciones
demuestran que el acosamiento
persistente, aparte de causar
daños corporales, socava
profundamente el equilibrio
emocional de los acosados, a
corto ya largo plazo. Los efec.
tos más comunes incluyen ansiedad,
robia al colegío, aislamiento
social, baja autoestima
y depresión. Cada mañana de
clase, la combinación venenosa
de miedo e indefensión atormenta
a las víctimas. Incluso
en los dlas festivos, los detalles
más amargos de los ultrajes
padecidos se entrometen en
su mente y transforman su
tiempo de esparcimiento en interminables
pesadillas. A la hora
de encontrar explicaciones
que les ayuden a entender su
penosa situación, la mayorla
termina culpándose a si mismos.
El estigma de inferioridad.
de vergüenza y de impotencia
que marca a estas criaturas
les impide revelar su sufrimiento
a familiares, y mucho
menos denunciar a sus torturadores.
El acoso escolar distingue
con cicatrices indelebles las
mentes de los adultos que lo
sufrieron de pequeños. Mas no
todos los escolares maltratados
sobreviven a la adolescencia.
Unos se liberan del intolerable
suplicio quitándose la vida.
En el Reino Unido. por
ejemplo, se calcula que anualmente
un mínimo de 16 niños
asediados por compañeros eligen
esta última salida. Otros,
como Jeff Weise, optan por un
desquite implacable y sanguinario
antes de inmolarse.
Una vez que el martirio sale
a la luz, los agresores, sus
allegados y los testigos que se
mantuvieron neutrales, incluyendo
al personal docente,
tienden a minimizar el problema,
a recriminar al acosado
por no haberse derendido, o a
responsabilizar a sus padres.
Por eso. la primera intervención
de las autoridades escolares
debe ser atender las necesidades
de seguridad y apoyo
emocional del alumno perseguido
y sus ramiliares. En
cuanto a los acosad
Pasa a la pAgina siguiente
intruso cn vueslro mundo... Mas
yo os digo que de iguul rorma
que ni um. sola hoja se loma umariUa
sin el conocimienlo silcncioso
del árbol. Inmpoco el malvado
puede hacer el mal sin la ocultn
voluntad dc Iodos vosolros".
Luis ltoja1l 1\18rco~ cs pn1fcsor dc Psiquiatrla
dc la Uni\"cn;id:1d de NuC'va
York.
Como el cáncer o el terrorismo,
que tanto tememos pero
que la costumbre nos obliga a
anticipar, la violencia escolar
también forma parte del catálogo
vigente de horrores predecibles.
En abril de 1999, dos
adolescentes de la escuela de
Columbine, Colorado, armados
hasta los dientes, mataron
a 12 alumnos y un profesor
antes de suicidarse. Justo tres
años más tarde un estudiante
del instituto Gutenberg, Erfurt,
asesinaba a tiros a 13 profesores,
dos condiscípulos,
una secretaria, un policía y, a
continuación, se quitaba la vida.
Y hace unos días, en Red
Lake, Minnesota, Jeff Weise,
de 16 años, ejecutó a sus abuelos
en casa y después se fue al
colegio, donde acribilló a balazos
a cinco compañeros, una
profesora y un guarda. Acto
seguido se disparó mortalmente
en la cara.
Estas espeluznantes matanzas
nos espantan, nos duelen,
y echan por tierra las expectativas
más básicas sobre el comportamiento
humano. Aun así,
su impacto en la sociedad es
elimero. Con independencia
de los cadáveres que acaben
esparcidos por las aulas, la indignación
colectiva se disipa a
los pocos meses. La razón es
que, ante estas tragedias, la
mayoria de las personas se resigna
y pasa página escudándose
en la idea de que siempre
ha habido y habrá seres inexplicables
arrebatados de insaciable
sed de sangre.
Si bien la violencia juvenil
en los colegios se nutre de una
mezcla variable de ingredientes
personales, familiares y sociales,
casi todos los perpetradores
tienen en común haber
sido sometidos a acosamiento.
Un estudiante sufre acoso escolar
cuando está expuesto a
ataques sádicos continuos, de
los que no puede defenderse
fácilmente, por parte de uno o
más compañeros de clase. Los
asaltos pueden ser lisicos (empujones,
golpes). verbales (insultos,
burlas), no verbales
(gesticulaciones hostiles y vejatorias)
o grupales (marginación,
bromas crueles o difusión
de rumores humillantes).
BuIlY;Ilges el término anglosajón
-hoy en día muy divulgado-
que en los años setenta el
sueco Dan Olweus, profesor
Viene de la página anterior
te de administrar justicia, es importante
maximizar sus posíbilidades
de rehabilitación. Después .
de todo, el bullY;Ilg nos planlea
un doble reto: salvar la vida de
los oprimidos y rescatar la humanidad
de los oprcsorcs.
En mi opinión, Iodos los cenlros
de enseñanza requicren programas
dc formación y sensibili-
Los estragos
delacosoescolar
de Psicología de la Universidad
de Bergen, Noruega, aplicó
a este tipo de agresiones.
Según el Servicio Secreto
de Estados Unidos, el 71% de
los asesinatos cometidos en
los institutos de bachillerato
entre 1974 y 2000 fueron protagonizados
por jóvenes que habían
sufrido bullY;Ilg en los
seis meses previos. A titulo personal
puedo añadir que en otoño
de 1992, en respuesta a una
alarmante ola de homicidios y
suicidios en las escuelas públicas
de Nueva York, el alcalde
David Dinkins encargó al Departamento
de Servicios Municipales
de Salud Mental, que
por aquel entonces yo dirigía,
un estudio sobre las causas,de
esta preocupante tendencia.
Este proyecto concluyó, entre
otras cosas, que el maltrato
LUIS ROJAS MARCOS
continuado de escolares por
sus colegas constituía un factor
determinante de muertes
violentas entre los adolescentes
neoyorquinos.
El hostigamiento prolongado
de alumnos por compañeros
es una realidad, aunque casi
siempre esté encubierta por
una espesa nube de tabú y de
silencio. En Estados Unidos,
por ejemplo, alrededor del
30% de los estudiantes de entre
7 y 17 años alirma haber
observado bullY;Ilg durante el
año escolar, y el 23% confiesa
haber participado personalmente.
Sin embargo, sólo un
13% de profesores dice haberlo
presenciado. En mi experiencia,
aunque las ofensas
más visibles suelen ocurrir a
espaldas del profesorado, bastantes
maestros son reacios a
MÁXIMO
admitir que hay acoso en sus
clases. A unos les cuesta reconocer
que ciertos niños pueden
ser asombrosamente crue.
les. Otros temen ser tachados
de inexpertos.
Las víctimas. habituales de
ensañamiento son muchachos
y muchachas pacificos, tímidos,
introvertidos y, sobre todo,
vulnerables. A menudo
muestran aspectos lisicos, acti.
tudes o hábitos diferentes a
los de la mayorla de la clase.
Los maltratado res suelen ser
personajes inseguros y provocadores,
que no han madurado
la capacidad de sentir compasión
ante el sufrimiento ajeno.
Mientras que los varones
tienden a utilizar la agresión
lisica y verbal, las chicas recurren
a la marginación, los bulos
y la manipulación de las
Los estragos
del acoso escolar
zación para esludiantes, profesores
y padres con el objctivo de
establecer una cultura de "Iolemocia
cero al acoso y a su encubrimiento".
La inaeción y el disimulo
protegen siempre a los verdugos,
nunca a las víctimns. Ningún
joven deberín lemer ir al colegio
por miedo a ser golpeado o
denigrddo, y ningún padre o madre
deberia necesitar preocupnrse
de que su hijo pueda estar suf ricndo
vcjnciones cn el colegio. Conscientes
de esle derecho. cndn día
son más los paiscs quc establecen
Icyes o regulaciones conlm el bu-
IIY;Ilg.Éste es el caso, enlre olros,
de Suecia. Noruega, Inglalerra,
Irlanda. Dinamarca y Japón.
El acoso escolar nos deshumaniza
a Iodos y su erradicación
nos incumbe a todos. En palabms
del escritor libanés Jam Gibrán.
"n menudo escucho que ós
rererís ni hombre quc comelc un
delito como si no ruem uno de
vosotn.'s.como un extraño y un
relaciones. Ellos y ellas ansian
la sensación excitante de poder
que experimentan cuando
subyugan lisica y emocionalmente
a sus víctimas.
Numerosas investigaciones
demuestran que el acosamiento
persistente, aparte de causar
daños corporales, socava
profundamente el equilibrio
emocional de los acosados, a
corto ya largo plazo. Los efec.
tos más comunes incluyen ansiedad,
robia al colegío, aislamiento
social, baja autoestima
y depresión. Cada mañana de
clase, la combinación venenosa
de miedo e indefensión atormenta
a las víctimas. Incluso
en los dlas festivos, los detalles
más amargos de los ultrajes
padecidos se entrometen en
su mente y transforman su
tiempo de esparcimiento en interminables
pesadillas. A la hora
de encontrar explicaciones
que les ayuden a entender su
penosa situación, la mayorla
termina culpándose a si mismos.
El estigma de inferioridad.
de vergüenza y de impotencia
que marca a estas criaturas
les impide revelar su sufrimiento
a familiares, y mucho
menos denunciar a sus torturadores.
El acoso escolar distingue
con cicatrices indelebles las
mentes de los adultos que lo
sufrieron de pequeños. Mas no
todos los escolares maltratados
sobreviven a la adolescencia.
Unos se liberan del intolerable
suplicio quitándose la vida.
En el Reino Unido. por
ejemplo, se calcula que anualmente
un mínimo de 16 niños
asediados por compañeros eligen
esta última salida. Otros,
como Jeff Weise, optan por un
desquite implacable y sanguinario
antes de inmolarse.
Una vez que el martirio sale
a la luz, los agresores, sus
allegados y los testigos que se
mantuvieron neutrales, incluyendo
al personal docente,
tienden a minimizar el problema,
a recriminar al acosado
por no haberse derendido, o a
responsabilizar a sus padres.
Por eso. la primera intervención
de las autoridades escolares
debe ser atender las necesidades
de seguridad y apoyo
emocional del alumno perseguido
y sus ramiliares. En
cuanto a los acosad
Pasa a la pAgina siguiente
intruso cn vueslro mundo... Mas
yo os digo que de iguul rorma
que ni um. sola hoja se loma umariUa
sin el conocimienlo silcncioso
del árbol. Inmpoco el malvado
puede hacer el mal sin la ocultn
voluntad dc Iodos vosolros".
Luis ltoja1l 1\18rco~ cs pn1fcsor dc Psiquiatrla
dc la Uni\"cn;id:1d de NuC'va
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