Se han perdido los valores
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Se han perdido los valores
Se han perdido los valores
Hace unos días nos quedamos con la boca abierta cuando vimos por televisión a un marginal que le propinaba una golpiza a una joven ecuatoriana. Ocurría en los derroteros de un vagón en la Barcelona de toda la vida, ésa que siempre fue ejemplo de mosaico de culturas y razas y maneras diferentes de pensar, respetando y respetándose.
Ahora seguimos boquiabiertos al ver también en televisión la paliza que le meten dos menores a un chico. Esta vez ha ocurrido en la localidad de Escarabote en La Coruña —Galicia—. En el primer caso, el joven xenófobo está en la calle. En el segundo los violentos han ingresado en un centro penitenciario de menores. Porque ahora está de moda en España grabar golpizas a chicos indefensos. Se trata de compañeros de salón de la escuela que llevan el acoso hasta las últimas consecuencias. Lo hacen contra el más inteligente o el más tímido o el más callado o el más débil o el más pusilánime o el más frágil o el mas lábil; o tal vez el más valiente porque no le siguen la corriente ni, al líder ni a sus correligionarios. Entonces le humillan y le golpean y le vilipendian y le vejan y le extorsionan y le esclavizan. Y todo ello lo graban para mostrar su valentía a los suyos; para reírse del pobre infeliz que en el salón está sufriendo un calvario de consecuencias irreparables. Con ello demuestra “su hombría”. Y claro, no ha sido un caso aislado este de La Coruña. Pasa y pasa muy frecuentemente.
Muchos niños y jóvenes tienen que cambiar de escuelas por la persecución del resto que se escudan en la masa. Ya era algo latente; algo que se sabía pero que provocó la chispa el día que un niño vasco se suicidó hace ya cuatro años, cuando ya no pudo soportar el ataque de “sus compañeros”. Y entonces, salieron casos como setas. En todos los colegios pasaba algo parecido. Daba igual si era público o privado. Porque al principio se pensó que ocurría en la educación pública debido, en parte, a la presencia de muchos niños migrantes. Pero se dieron cuenta de que no. El defensor del menor confeso que los casos de algunos malos tratos y vejaciones de unos compañeros a otros, pasaba con más frecuencia en los colegios privados. En otras palabras, en donde el dinero adquiere el valor sagrado. Porque la enseñanza privada en España es cara, mucho. Los padres exigen y obtienen en muchos casos, resultados análogos a los públicos. Pero es más. Las drogas, como el hachís, la cocaína, el éxtasis o el alcohol proliferan en mayor medida en las escuelas. Sí los padres pagan en un colegio privado una media de seis mil euros anuales —cerca de nueve mil dólares— por niño ¿qué recibe a cambio?, ¿qué educación le están dando donde corren los mismo riesgos que si el colegio lo realizaran en la calle?
La hija de unos amigos que va a un colegio de élite, sufrió la descarnada experiencia del abuso y acoso durante dos años. Quedó estigmatizada; tanto que no quiere volver a oír hablar del colegio. La hija de nuestros amigos asiste ahora a otra escuela. Esta mucho más contenta. Resulta que se marchó a otro privado aunque sus padres buscaron primero uno público.
En España se desdeña la educación pública porque, en parte ha sido tomada por los niños de migrantes. En España se desdeña la educación pública porque se piensa que no tiene validez, que esta caduca. Pero sobre todo, se desdeña porque cadavez sufren más acoso escolar; y piensan que solo ocurre en la enseñanza pública. Están equivocados. Ocurre en todos lados, también en la privada.
Porque hemos perdido los valores. Hoy da igual si se golpea a un pobre chico o a los maestros, una profesión que cada vez sufre más riesgos. Muchos maestros han tenido que abandonar la enseñanza por las agresiones físicas o psíquicas por parte del alumno o de los padres que han agredido a los maestros. No hay valores. Los teníamos antes, hace treinta años cuando mi generación era púber y entonces respetábamos a los maestros y a los mayores y a la educación y le dábamos la categoría que se merecía. Hoy da igual. Y no podemos permitirlo porque las próximas generaciones son los que lucharan por un país mejor. Por este camino no vamos a ningún sitio.
Hace unos días nos quedamos con la boca abierta cuando vimos por televisión a un marginal que le propinaba una golpiza a una joven ecuatoriana. Ocurría en los derroteros de un vagón en la Barcelona de toda la vida, ésa que siempre fue ejemplo de mosaico de culturas y razas y maneras diferentes de pensar, respetando y respetándose.
Ahora seguimos boquiabiertos al ver también en televisión la paliza que le meten dos menores a un chico. Esta vez ha ocurrido en la localidad de Escarabote en La Coruña —Galicia—. En el primer caso, el joven xenófobo está en la calle. En el segundo los violentos han ingresado en un centro penitenciario de menores. Porque ahora está de moda en España grabar golpizas a chicos indefensos. Se trata de compañeros de salón de la escuela que llevan el acoso hasta las últimas consecuencias. Lo hacen contra el más inteligente o el más tímido o el más callado o el más débil o el más pusilánime o el más frágil o el mas lábil; o tal vez el más valiente porque no le siguen la corriente ni, al líder ni a sus correligionarios. Entonces le humillan y le golpean y le vilipendian y le vejan y le extorsionan y le esclavizan. Y todo ello lo graban para mostrar su valentía a los suyos; para reírse del pobre infeliz que en el salón está sufriendo un calvario de consecuencias irreparables. Con ello demuestra “su hombría”. Y claro, no ha sido un caso aislado este de La Coruña. Pasa y pasa muy frecuentemente.
Muchos niños y jóvenes tienen que cambiar de escuelas por la persecución del resto que se escudan en la masa. Ya era algo latente; algo que se sabía pero que provocó la chispa el día que un niño vasco se suicidó hace ya cuatro años, cuando ya no pudo soportar el ataque de “sus compañeros”. Y entonces, salieron casos como setas. En todos los colegios pasaba algo parecido. Daba igual si era público o privado. Porque al principio se pensó que ocurría en la educación pública debido, en parte, a la presencia de muchos niños migrantes. Pero se dieron cuenta de que no. El defensor del menor confeso que los casos de algunos malos tratos y vejaciones de unos compañeros a otros, pasaba con más frecuencia en los colegios privados. En otras palabras, en donde el dinero adquiere el valor sagrado. Porque la enseñanza privada en España es cara, mucho. Los padres exigen y obtienen en muchos casos, resultados análogos a los públicos. Pero es más. Las drogas, como el hachís, la cocaína, el éxtasis o el alcohol proliferan en mayor medida en las escuelas. Sí los padres pagan en un colegio privado una media de seis mil euros anuales —cerca de nueve mil dólares— por niño ¿qué recibe a cambio?, ¿qué educación le están dando donde corren los mismo riesgos que si el colegio lo realizaran en la calle?
La hija de unos amigos que va a un colegio de élite, sufrió la descarnada experiencia del abuso y acoso durante dos años. Quedó estigmatizada; tanto que no quiere volver a oír hablar del colegio. La hija de nuestros amigos asiste ahora a otra escuela. Esta mucho más contenta. Resulta que se marchó a otro privado aunque sus padres buscaron primero uno público.
En España se desdeña la educación pública porque, en parte ha sido tomada por los niños de migrantes. En España se desdeña la educación pública porque se piensa que no tiene validez, que esta caduca. Pero sobre todo, se desdeña porque cadavez sufren más acoso escolar; y piensan que solo ocurre en la enseñanza pública. Están equivocados. Ocurre en todos lados, también en la privada.
Porque hemos perdido los valores. Hoy da igual si se golpea a un pobre chico o a los maestros, una profesión que cada vez sufre más riesgos. Muchos maestros han tenido que abandonar la enseñanza por las agresiones físicas o psíquicas por parte del alumno o de los padres que han agredido a los maestros. No hay valores. Los teníamos antes, hace treinta años cuando mi generación era púber y entonces respetábamos a los maestros y a los mayores y a la educación y le dábamos la categoría que se merecía. Hoy da igual. Y no podemos permitirlo porque las próximas generaciones son los que lucharan por un país mejor. Por este camino no vamos a ningún sitio.
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